La isla atlántica es, hoy en día, sinónimo de vanguardia en el terreno cultural. Nombres como Björk, Of Monsters and Men o Sigur Rós han puesto a Islandia en el mapa de la modernidad y la creatividad desde hace un par de décadas, pero no siempre fue así… ¿Cómo pasó el pequeño país nórdico de un absoluto anonimato al Olimpo mundial de la música?
En 2015, Björk es la protagonista de una espectacular exposición retrospectiva que ha organizado el MoMA de Nueva York: desde el éxito creativo de sus discos hasta su relación experimental con todo tipo de artes como el cine, el diseño o la moda. Hace 30 años, en 1985, era difícil que alguien en Islandia imaginara que un paisano sería objeto de adoración en la meca mundial del Arte contemporáneo.
El caso de Björk es muy significativo de la evolución (que no revolución) cultural que en poco tiempo ha puesto a Islandia a la cabeza de las vanguardias artísticas, y en concreto de la música. ¿Cuáles son las razones de esta situación? Un interesante y exhaustivo reportaje firmado por Dave Simpson en el diario británico The Guardian echa la vista atrás para analizar las causas, y se fija concretamente en la escena anarco-punk islandesa de los años 80 del pasado siglo.
Dave Simpson comienza su relato con una actuación musical en la televisión pública islandesa RÚV en 1986, en la que una joven Björk embarazada, líder entonces del rompedor grupo punk KUKL, azotó la conciencia de los espectadores con una nueva forma de hacer rock, nunca antes vista en la isla:
Esos 20 minutos de televisión fueron la consecuencia de varios años en los que un puñado de inquietos artistas islandeses construyeron un puente cultural entre su país y la efervescencia punk británica de finales de los 70, todo un logro (y también una necesidad) teniendo en cuenta el aislamiento geográfico de una nación con la población de una ciudad de provincias y una densidad de 3 habitantes por kilómetro cuadrado.

Lo que en un principio parecía exótico y raro, esos primeros contactos musicales de algunas bandas islandesas amateur en pequeñas salas de Londres, acabó llamando la atención de grupos británicos de éxito como The Fall o Echo and The Bunnymen. El naciente sonido postpunk islandés se fue abriendo paso en la prensa especializada inglesa y llegaron los primeros contratos discográficos, que cristalizaron en el primer disco de Sugarcubes en 1987, con Björk como voz del grupo.
Y de ahí, poco a poco, la música rock islandesa fue convirtiéndose en lo que es hoy, la más vanguardista del mundo. En el reportaje de The Guardian, Dave Simpson concluye que no existe un sonido peculiar islandés: «Existe una actitud peculiar, basada en la comunidad y en el ‘fabrícatelo tú mismo'». Kjartan Sveisson, antiguo teclista de Sigur Rós lo explica de forma meridiana: «Nunca hemos tenido esa tradición de histeria o ‘beatlemanía’. No pensamos eso de ‘crea una banda de rock y hazte grande’. Siempre es ‘hagamos algo diferente'».
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