Cuando Islandia veneraba a sus vagabundos

Postales islandesas - Hemisferio Boreal

Actualmente la sociedad los considera un problema, un estorbo, pero hubo un tiempo en el que los vagabundos fueron auténticas estrellas mediáticas en Islandia. Toda una galería de personajes fuera de lo convencional que poblaban las calles de Reykjavík, admirados por ser gente diferente. Tanto, que llegaron a aparecer en postales coleccionables. (Foto: Þórunn Jónsdóttir/The Reykjavík Grapevine)

Duermen en colchones resguardándose del frío en cualquier soportal, en los cajeros automáticos de muchas entidades bancarias. Algunos recorren las calles y los parques de nuestras ciudades con poco más que un envase repleto de vino barato en las manos. Y mientras tanto la sociedad y sus gobernantes miran hacia otro lado, tratando a los vagabundos como un problema que hay que erradicar, una mancha que afea la estética urbana, alguien a quien intentar recluir en albergues municipales y entidades caritativas para que no esté a la vista del mundo.

Ocurre en cualquier lugar, aunque en Islandia no siempre fue así. Como cuenta Helgi Hrafn Guðmundsson en la revista digital The Reykjavík Grapevine, en la década de 1930 se publicaron una serie de postales coleccionables con retratos de algunos de los vagabundos más populares del momento en la isla nórdica, cuya capital, Reykjavík apenas superaba los 30.000 habitantes. «Muchos de los hombres que aparecen en estas postales sufrían enfermedades mentales en un momento en que no había ninguna ayuda disponible para ellos, pero en vez de deslizarse a través de las grietas, pasando desapercibidos como ocurre hoy en día, parece que fueron personajes reconocibles en la ciudad».

Algunos de los vagabundos retratados. Imágenes cedidas por Þórunn Jónsdóttir para The Reykjavík Grapevine
Algunos de los vagabundos retratados. Imágenes cedidas por Þórunn Jónsdóttir para The Reykjavík Grapevine

Personajes fotografiados en blanco y negro como Jón söðli, que traducimos como Jón el talabartero (un vendedor de aparejos para los caballos, algo así como un ‘chatarrero’) que contaba historias sobre los peligrosos forajidos que se escondían en el interior de Islandia y que pretendía eliminar con la ayuda del Gobierno. O Gísli þingmaður Bolvíkinga, un enfermo mental que se creía diputado en el Parlamento Nacional por la circunscripción inexistente de Bolungarvík.

Otros, como Eyjólfur ljóstollur (Eyjolfur, el recaudador de luces solares) o Símon Dalaskáld, además de vagabundos y adictos al alcohol, eran auténticos poetas, creadores y recitadores de versos para todo aquel que quisiera pararse a escucharlos. Y otros, como el aguador Sæfinnur með sextán skó (Sæfinnur, el de los dieciséis zapatos), se hicieron famosos por su peculiar imagen, que en este caso recordaba a la de algún viejo mago de cuento.

Panorámica de Reykjavík en 1930. Foto: pressan.is
Panorámica de Reykjavík en 1930. Foto: pressan.is

Ahora todos coleccionamos imágenes y objetos de nuestro grupo favorito de rock, de pintores famosos, de iconos mediáticos seguidos por millones de personas. Hubo un tiempo en que en Islandia hicieron protagonistas a aquellos que eran diferentes, genios errantes que daban color a las calles de la pequeña Reykjavík, similares a esos que hoy ignoramos e incluso tratamos de ocultar. «Parece como si «lo extraño» hubiera sido ensalzado del mismo modo en que los héroes del deporte aparecen en los cromos actualmente».

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